martes, 30 de septiembre de 2014

Buscar nuevos caminos para erradicar la violencia

Este fin de semana en las inmediaciones del boliche bailable «New», una patota de Morteros atacó a golpes de puños y patadas a un joven de Suardi, el que termino en el Hospital Municipal José Sauret con traumatismo de cráneo y rostro. Este tipo de hechos de violencia que en este caso, tomó trascendencia por su gravedad son comunes en los distintos locales nocturnos de la región desde hace varios años, los que pareciera haberse naturalizado en la sociedad.

Es evidente que sufrimos un retroceso en el combate contra la violencia  y por la igualdad, esto se evidencia en el ambiente social, legal, mediático, ideológico, donde el interés social hacia la violencia, pareciera no ocupar la agenda de prioridades en la construcción por una sociedad que pueda brindar a la actual y futuras generaciones paz y desarrollo.
La desigualdad estructural, el individualismo, la intolerancia, la precariedad, la opinión pública conservadora en lo social, proclive a buscar chivos expiatorios en situaciones difíciles; pedir penas más duras, son todas cosas radicalmente incompatibles con la democracia y los derechos humanos, provocadoras de la violencia material y simbólica que se genera a nuestro alrededor. 
Ese modelo de violencia que celebra por las redes acosos, maltratos, que nos expulsa con insultos de las discusiones políticas, que cuestiona lo básico de nuestros derechos es el espejo que la niñez, adolescencia y juventud tiene, la que en gran medida se refleja, sobre todo en locales bailables, siendo la lamentable postal en la mayoría de los fines de semana. El fenómeno no es nuevo, va variando en su frecuencia o gravedad de la mano del consumo de alcohol y estupefacientes como condimento esencial del escenario que fue provocando un cambio cultural en la sociedad como consecuencia de los mandatos del capitalismo que construye desde el individualismo y la indiferencia, para que la juventud nunca más se enamore de la palabra revolución.
Si bien muchos de los casos no toman trascendencia pública y no existen estadísticas en nuestra región sobre las agresiones que se viven en locales nocturnos y en la calle, al hablar con adolescentes y jóvenes, estos manifiestan que el nivel es alto, donde la única medida que se toma en el caso de locales nocturnos es sacar a quienes provocan disturbios fuera del local para que sigan la pelea en la calle, al igual que en fiestas privadas suelen existir hechos de violencia, pero estos generalmente no toman estado público.  Dependiendo de quienes se trate la policía los detiene aplicando el Código de Faltas a los adolescentes y jóvenes, pero nunca a quienes suministran alcohol.
Las agresiones dentro y fuera de locales dan muestra de la profundización de los conflictos en sitios que deberían ser de ocio y diversión para los más jóvenes, donde el creciente consumo de alcohol y estupefacientes agrava la situación, provocando peleas entre grupos, agresiones sin motivos aparentes, derivando además la misma causa en accidentes viales con un alto índice de jóvenes motociclistas lesionados.
Ante estos hechos una gran parte de la sociedad pareciera querer aplicar lo que dijo Winston Churchill «A quienes no conocen otro lenguaje que la violencia, hay que hablarles en su propio idioma», un extremo que nos  encierra en un terreno sin retorno, corriendo cada vez más el limite al engendrar la violencia más violencia, en lugar de atacar las causas.
Es todo ahora, y muchos jóvenes no tienen proyectos ni expectativas, no cuentan con buenos ejemplos, los mercaderes de la muerte se apropian de sus espacios, funcionarios políticos que se agreden a través de los medios de comunicación, cibernautas se acusan en las redes sociales; en las calles los adultos  gritan, todo como parte del mundo consumista que nos lleva a un nivel de competencia que impone como valor supremo, el tener, sin importar el cómo, desprotegiendo a la sociedad ante un cada vez mayor nivel de agresiones.
La desprotección de la población juvenil en términos generales en nuestra región no cuenta con intervención de las autoridades a efectos de poner límites a una situación que se repite aún cuando se conocen las causales que provocan el brote de descontrol y de violencia, menos aún existen políticas tendientes a fortalecer la convivencia y el mejoramiento de las relaciones sociales.
La venta indiscriminada de alcohol, venta y consumo de drogas en los boliches y fiestas juveniles autorizadas por las autoridades, consentidas por la policía y guardias de seguridad y usufructuadas por los propietarios que en el afán de ganancias no les importa la salud de las personas, ni la seguridad personal, todo es parte de la cultura que nos fue impuesta que hace que naturalicemos  la violencia en todas sus expresiones: verbal, política, de género, laboral, social. Esa naturalización hace que resulte muy difícil que se tome conciencia para lograr cambios en la política de prevención. 
Como parte de la sociedad tenemos que hacernos cargo de este peldaño endeble, no debemos esperar a que entre a nuestras casas por la ventana para reaccionar. Debemos dejar de ser espectadores de la realidad y protagonizar la historia, no delegar en el otro para que se aborde el tema desde el mismo seno de la familia, para que se prevenga en el alcoholismo y el consumo de drogas y desde un trabajo colectivo se lograr políticas públicas que frenen esas derivas, no solo con leyes, sino  utilizando la capacidad que tienen las instituciones para atacar las causas que nos lleven a revertir las manifestaciones sociales que desembocan en la violencia
El quedarnos en silencio, no comprender la desigualdad, no sentirnos implicado en la violencia que padecemos, no puede transformar nada, no puede pretender llevarnos a nada que sea mejor que lo que tenemos. Estas cuestiones necesitan de cada uno de nosotros, de las instituciones, de los creadores de opinión, de políticas específicas para cambiar las estructuras profundas a favor de los derechos sociales, en oposición a una opinión pública moldeada por la cultura neoliberal a través de sus medios, de sus sistemas educativos, de su cultura popular que va engendrando violencia dentro de cada uno, rabia, envidia, odio como consecuencias de las desigualdades que el propio sistema va creando.

Ante el desafío de la violencia. ¿Qué vamos a hacer?
Quienes se disputan desde el discurso el territorio de la transformación social, ante los hechos de violencia que sufre la adolescencia y la juventud en la nocturnidad, la única respuesta que en general ofrecen es  dejar que todo transcurra, no se arriesgan porque piensan que tomar medidas contrarias a los intereses comerciales de quienes manejan el negocio de la noche no da votos.
La erradicación de la violencia solo triunfará en la medida que cada habitante y las instituciones nos dispongamos a cultivar un proyecto de vida colectivo que busque el equilibrio ante la construcción de la paz por medio de instituciones incluyentes y de ordenamientos sanos, comprometiéndonos a exigir al Estado para que vele por este equilibrio social de tensiones.
La cultura de la no violencia depende del predominio de la solidaridad, donde se antepongan los intereses colectivos sobre los individuales, para que el afecto, las relaciones sociales, el escucharnos uno al otro, nos encuentre, nos contenga, en lo inmediato y desde un proceso que enfocado desde la cultura y la educación vayamos cambiando la manera en que mujeres y hombres nos construimos  con paridad, porque sin igual acceso a los recursos no hay democracia, ni justicia, ni tampoco cambio real o transformación posible. 
Reunirnos para buscar nuevos caminos, nuevas opciones que potencien la esperanza de salir  de esta inseguridad a través de nuestra inteligencia, generosidad y cooperación, para crear un permanentemente diálogo que recree la cultura de la no violencia, es el gran desafío que debemos asumir entre todas y todos para construir una sociedad cada vez menos violenta como espejo en la que la niñez, la adolescencia y la juventud se pueda reflejar para que los fines de semana puedan disfrutar del ocio y el esparcimiento en un ambiente de sana diversión.

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