La trata de mujeres y niñas para la explotación sexual es una de las caras más extremas de la violencia de género e implica la violación directa a los derechos de las humanas. La continuidad de las prácticas de tortura y sometimiento son amparadas por un entramado de poder económico, judicial, político y policial que les otorga el sagrado manto de la impunidad.