El frío que
inflexiblemente desembarca en los inviernos no es el causante de muertes por
mano propia, como tampoco es el responsable de resguardar a personas en una
tapera, menos aún las destierra hacia el abismo. El frio no es un enemigo, pero
si interpela a los funcionarios que ante la muerte nos recuerda que es
imperioso abrigarse de las actoras sistémicas que se justifican con un simple
perdón por falta de tiempo y al tener que dar cuentas del camino allanado hacia
la más brutal inequidad, aplican la censura.