En estos días en que se discuten subsidios al transporte, incentivo docente y diferentes aportes que el gobierno nacional debería realizar a los Estados provinciales se evidencia una vez más la indiferencia entre quienes viven al margen del país y el mal llamado interior.
El centralismo porteño que se ubica en la periferia del país
desde la General Paz, la autopista que rodea a la ciudad de Buenos Aires, hacia
el océano cuando tiene que hacer referencia a las más de 2000 comunidades
diseminadas por la geografía nacional, utiliza un vocablo para nada inocente al
denominar interior del país o cuando la indiferencia es aún mayor se refieren
al interior profundo. Algo similar ocurre desde las capitales provinciales
hacia las comunidades que conforman la geografía provincial. Algo que quienes
vivimos en la otra Argentina naturalizamos
En Argentina designamos a todo el país con excepción de
Capital Federal sin molestarnos en la menor distinción como el interior, o el
interior profundo cuando se lo hace desde la capital provincial, es decir donde
se asienta el poder político y económico es afuera y el resto de los habitantes
viven adentro, cuando por ejemplo Córdoba capital se encuentra en el interior
de la provincia al estar ubicada en el centro de la misma.
A pesar de ser federal, Argentina es una de las naciones más
centralizadas de América Latina, haciendo que términos económicos, las
provincias dependan las decisiones del gobierno de turno en la Nación, haciendo
que muchos porteños a pesar de los beneficios que reciben consideren que ellos
financian a «los vagos del interior»
Este desprecio y ninguneo en nuestra región cordobesa,
santafesina, santiagueña se comenzó a gestar desde la invasión española cuando
hacía referencia a este territorio como «tierras de ningún provecho», al ser
una región inútil, ya que no teníamos oro y plata, solo contaba con habitantes
nativos para ser domesticados y explotados, y más tarde gran parte de este
sector fue utilizado para el contrabando y la evasión impositiva desde Santa Fe
hacia Potosí. Y esto no ha cambiado casi nada.
Este vocablo para nada inocente en la que se diferencia a
quienes habitamos la geografía Argentina está arraigado en la inmensa mayoría
de los habitantes del país, tanto en los que vivimos en la región central como
para quienes viven en las áreas fronterizas, pero desde la capital del país se
ve en muchos casos como lo rural, lo salvaje, lo que es bien aprovechado para
subsidiar en gran volumen los servicios que utilizan quienes viven en la gran
urbe. Esto a su vez se replica desde las capitales provinciales hacia quienes
se los denomina habitantes del interior profundo.
La energía eléctrica es mucho más cara para quienes habitan
cada una de las comunidades de la geografía provincial que lo que abonan por el
consumo quienes residen en Córdoba capital o quienes viven en la cabecera
departamental y a su vez quienes el consumo lo tienen en Capital Federal el
valor es mucho más bajo aún. Es una evidencia como se diferencia a quienes
viven en un sector del país y a quienes viven en el otro.
Algo similar ocurre con el costo de transporte para quienes
deben utilizar el servicio público para ir a trabajar o movilizarse por
cuestiones de salud desde cada una de las poblaciones, significando para los
denominados habitantes del interior profundo un monto mucho más elevado que
para quienes viven en las grandes urbes.
Esa aparente división del país muestra, para el antropólogo
social Alejandro Grimson, «una historia de desigualdad e incomprensión que se
actualiza en momentos dramáticos. Muestra un país que vive mirando al Primer
Mundo y entiende poco de las complejidades de la propia tierra y menos aún de
los intereses de sus diversos habitantes».
Grimson, en su libro Mitomanías Argentinas, matiza: «Hay
argentinos que habitan una u otra Argentina, pero la mayoría vive mucho más en
el medio, entremezclada, con alguna ilusión primermundista y otras
latinoamericanistas».
La decisión contra los habitantes del país que residen desde
la General Paz hacia el oeste, norte y sur implementada por el presidente de la
Nación ante el fracaso de la Ley ómnibus volvió a poner en agenda la
desatención que deben soportar quienes son considerados habitantes del interior
profundo.
El debate por la quita de subsidios al servicio de
transporte de pasajeros no integra la agenda a los habitantes de quienes
residen en las poblaciones consideradas interior profundo, solo se discute lo
correspondiente a las capitales provinciales y a algunas otras grandes
ciudades, quedando absolutamente marginados el resto de los habitantes.
Tomamos como ejemplo la energía eléctrica y el transporte,
pero la sustancial diferencia es en muchas cosas que se pueden destacar, no
solo en lo económico, sino también el acceso a la cultura, a la formación y
otras tantas en un país que se estableció ser federal, pero es una de las
naciones más centralizadas de América Latina.
El desdén hacia los habitantes de cada una de los pueblos y
pequeñas ciudades, que permiten las desiguales decisiones no solo es por el
aprovechamiento del centralismo, sino que existe silencio y mansedumbre de
quienes son dejados de lado como consecuencia de la naturalización del vocablo
«en el interior» como parte de la falta del sentir nacional.
Esta gran injusticia para quienes habitan en el mal llamado interior del país se resuelve desde la política, pero sobre todo cambiando de paradigma, cambiando el silencio por visibilización y la mansedumbre por la participación activa para plantear a que los concejales comiencen a instrumentar mecanismos para que los legisladores provinciales y nacionales adopten decisiones en la que cada sector de nuestro suelo sean considerados como una parte del todo para que todos y todas tengan de manera igualitaria las mismas medidas económicas, sociales, culturales, educativas y productivas con sentido nacional.
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