sábado, 11 de julio de 2020

Motos sin rumbo manejadas por adolescentes invisibles

Las redes sociales tras la muerte de un adolescente de 16 años en un hecho de tránsito ocurrido en la ruta de circunvalación a Morteros, como tantas otras veces que ocurrieron hechos de esta naturaleza se inundan de mensajes que al pasar un par de días quedan en letra muerta y todo sigue como si nada hubiese pasado, hasta la próxima víctima en la que se vuelven a repetir la mismas expresiones y todo prosigue sin cambios.

Me canse de llamar a la policía por las picadas en el acceso, dicen que no pueden hacer nada. Andan sin luces a alta velocidad, no usan casco, se necesitan más controles, la caminera no hace nada porque no puede cobrar la multa. Nos salvamos de milagro en chocar una moto sin luz, los padres son los que deben poner los límites a sus hijos, los padres son los responsables del cuidado, si los padres no les comprarían las motos esto no ocurre, los vigías le joden la vida a los que trabajan y a estos chicos los dejan como si nada, esto no se va a acabar nunca, son los mensajes que de manera similar se repiten. 
En síntesis se termina expresando que la prevención de los accidentes para algunos es una responsabilidad de las familias, para otros de los organismos del Estado, tal vez es compartida entre ambos junto a la sociedad. Lo preocupante es que uno apunta al otro y nadie asume su cuota parte de responsabilidad para prevenir y evitar que las pibas y los pibes sean devorados por el perverso sistema.
Cada vez que se asiste a algún tema en la que se encuentran vinculada la adolescencia y la juventud, el relato que se reitera desde hace décadas es la familia esto, la familia aquello, es imposible con los chicos y las chicas entre otros tantos argumentos que se vienen trasladando desde varias generaciones con bases en la cultura consumista, que nos hace creer, que para ser parte de este mundo es necesario tener, en lugar de disfrutar, en la que las y los adolescentes son víctimas, al ser los primeros consumidores consumidos, pero todos estamos intoxicados y mientras tanto seguimos hasta lamentarnos un par de días en la próxima muerte.
Especialistas en la materia asocian los accidentes de tránsito con una compleja articulación de factores de tipo psicológico, social, cultural, familiar, entre otros, que llevarían al adolescente a asumir conductas que atentan contra su salud y ponen en riesgo su vida.
En la revista de psicoanálisis N° 2 «Querencia», Rita Perdomo en el artículo «Accidentes de tránsito en la adolescencia» dice: «Las conductas de riesgo que asumen los adolescentes cruzando atolondradamente la calle o conduciendo vehículos, implican tanto un desafío a las normas, una forma de probarse, de buscar una autoafirmación, como un deseo de sentirse «mayores» haciendo uso de ese poder que tienen los adultos, representado por los vehículos. Desde ese «poder» se despliega la omnipotencia narcisista propia del adolescente que le impide ver los riesgos con un principio de realidad, sintiendo que nada puede pasarle, que la muerte no existe, y convirtiendo en un desafío excitante la aventura de la velocidad.
Ante esa definición y volviendo a los mensajes que repiten la historia sobre la necesidad de intervención de la familia, la sociedad y el Estado, aparecen los adolescentes como victimas invisibles y nos preguntamos si las circunstancias viales en motos de los adolescentes son derivación de la negligencia de los padres al aprobar que manejen una moto, o si el Estado y la sociedad son negligentes por desatención del problema.
La falta de educación y formación es otro de los argumentos que suelen plantearse ante cada accidente, pero resulta que se le entrega una licencia para conducir a partir de los 16 años sin formación y menos aún evaluar el grado de pericia para que salga a la calle. 
Pareciera que la cultura represiva que se viene profundizando desde la década del setenta, es la única herramienta que se tiene para resolver los problemas de índole social y cultural y en materia de tránsito, se agrega la avaricia recaudatoria, que hace, que cuando un adolescente o un joven es protagonista de una infracción, esta se resuelve quitándoles a algunos de ellos la moto e imponiendo una abultada multa dineraria. Hasta nuestros días estas acciones solo demuestran que sirven para resolver en parte el déficit presupuestario a través de quienes tienen la posibilidad de comprar la posibilidad de transgresión, pero que a su vez desde una visión economicista como está planteado en la actualidad, termina aumentando el déficit, por el alto costo que en materia de salud pública se debe invertir para atender a los lesionados.
Los adolescentes habitualmente son invisibles en la sociedad. Esta no los tiene en cuenta, no los escucha, no los observa, los ignora como colectivo social y como sujetos, solo son tenidos en cuenta para estimular el consumo y terminan siendo víctimas del sistema que construye consumidores consumidos.
Los adultos somos incapaces para resolver este grave problema por la que atraviesan las pibas y los pibes, como tantos otros que están vinculados al sistema consumistas que supimos conseguir y que tiene a los más chicos como rehenes para alimentar los bolsillos de unos pocos.
Más allá de los transgresores desafíos propios de la adolescencia, las diferentes formas de exclusión que sufren como parte del sistema al no ser escuchados, el exceso de velocidad, la falta de uso del casco, la falta de respeto a las señales y las hazañas conductivas que terminan protagonizando los accidentes no dejan de ser una forma de revelarse a las cuestiones traumáticas del ámbito social.
Entonces además del dialogo en el ámbito familiar, es hora que se los escuche, que sean parte del debate donde se acepten las diferencias generacionales, sin perder la capacidad de confrontar y de poner límites, pero a su vez favorecer la autoestima para que ellos mismos sean parte de la solución y no del problema para la instrumentación de una política pública integral en la que se interrelacionen todos los temas de la vida adolescente en la sociedad para convertir las amenazas en un albergue de confianza hacia el futuro.

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